miércoles, 25 de mayo de 2011

La pinza





Iba dando un paseo con su marido, así en plan abuelos de paso corto capaces de recorrer largas distancias apoyándose en la paciencia, y una ráfaga de aire le abrió la chaqueta. Esto es muy incómodo, se abre una pala y vas enseñando el interior, ese forrillo algo extravagante. No es bonito y ella era mayor y muy coqueta, cuidaba los detalles.

Al ir a cerrar la chaqueta pudo comprobar que le faltaba ese botón clave para un buen cierre y al buscar una solución rápida y provisional hizo pinza con sus dedos índice y anular para sujetar ámbas palas.

Fue algo instintivo, casi tan primitivo como usar una mano para beber, pero se sintió a gusto, arropada, a salvo del viento, del tiempo, de la edad, y dio aquel largo paseo con su mano haciendo pinza.

Hoy solo tiene una mano disponible para realizar cualquier tarea, la otra siempre está haciendo pinza, incluso cuando no lleva ropa o la que lleva no está divida en dos partes. La pinza está ahí omnipresente, transmitiendo algo de difícil interpretación, encerrando la belleza íntima de aquel gesto atávico que perdió su utilidad para convertirse en mueca sofisticada y mensaje, sin que importe demasiado sacrificar funcionalidad.


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