Murieron muy jóvenes, siendo niños y murieron con un don. Cantaban como ángeles. Eran inocentes y subieron al cielo más alto para acompañar al dios más elevado de todos.
Nada más llegar hicieron su mejor ofrenda y cantaron generosamente. Lo hacían tan bien que recibieron el más puro amor de los dioses.
Los años, siglos, eones, el tiempo eterno iba pasando y seguían regalando sus voces. Lo que en un principio fue la ofrenda de un don, se convirtió en rutina, obligación y cansancio, pero ¿cómo decir no al amor del dios más elevado?
Han pasado años galácticos, ya ni siquiera existimos y aquel coro de niños ángeles sigue cantando en una ofrenda de eterno hastío, rutina y cansancio. Viven un infierno en el cielo de los dioses.
Nada más llegar hicieron su mejor ofrenda y cantaron generosamente. Lo hacían tan bien que recibieron el más puro amor de los dioses.
Los años, siglos, eones, el tiempo eterno iba pasando y seguían regalando sus voces. Lo que en un principio fue la ofrenda de un don, se convirtió en rutina, obligación y cansancio, pero ¿cómo decir no al amor del dios más elevado?
Han pasado años galácticos, ya ni siquiera existimos y aquel coro de niños ángeles sigue cantando en una ofrenda de eterno hastío, rutina y cansancio. Viven un infierno en el cielo de los dioses.
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