viernes, 2 de septiembre de 2011

Abuelito



El verano parece ya un sueño que contaremos alguna que otra vez y olvidaremos encerrado en un par de fotos, recuperamos nuestras liturgias sagradas y la rutina nos protege con su monotonía carcelaria, aparcar vuelve a ser quimera y las familias se reencuentran en los bares alrededor del ritual de la cerveza.

Aquella familia sentada a la mesa metálica de bar atendía la llamada de septiembre, se sonreían, y entre trago y bocado se interrumpían hablando del tiempo y la comida, de esas cosas importantes de la vida.

El abuelo distraía al menor jugando a la pelota con monotonía, te la lanzo, me la devuelves, a los niños les gustan los extraños juegos de repetición, como el de me tapo la cara, digo "tras" y se ríen, así hasta que ellos han crecido y tú has muerto. Con cada toque de balón el viejo oxigenaba su cuerpo desgastado, que destilaba recuerdos de su juventud cuando aún dominaba las artes del fútbol. La memoria muscular nunca se apaga y surgieron aquellos regates, sus mejores trucos de balón. El nieto apenas sabía andar y guiaba sus pasos con sus brazos antena. En aquella alegría nació la ocasión de crear el regate perfecto, de recuperar un segundo de vida, de gloria, de saberse capaz todavía, aunque el nieto pudiera romperse la boca en el suelo engañado por la finta.

En la vida decidimos constantemente, rápidamente, emocionalmente, "soy un crack" se repetía el abuelo, mientras los gritos de su nieto, que lloraba desconsolado en el suelo, ayudaban a crear la banda sonora de septiembre.



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